Si nos remontamos al pasado podemos entender que para nuestros ancestros era vital no diferenciarse del resto del grupo, y vivir en estado de alerta constante para sortear las dificultades de la naturaleza con el objetivo de asegurar su supervivencia y la de los demás.
Siglos más tarde mantenemos esta idea, que se manifiesta en la creencia, de que lo distinto es malo, es peligroso, es raro. Y socialmente ignoramos, desvaloramos o anulamos, de manera consciente o inconsciente, a quien piense o actúe diferente.
Sucede que siglos después nuestro cerebro mantiene esta codificación de seguir pensando así. Sin embargo, podemos cambiar esta creencia limitante de tener que ser ordinarios, mimetizarnos entre los otros y lograr que nuestra presencia sea casi imperceptible. Ser ese colaborador(a) que sobrevive en una cultura organizacional sin llamar la atención por sus errores o por sus aciertos, es el camino que muchas personas deciden tomar.
Afortunadamente han empezado a florecer organizaciones que perciben a la diferencia como un “valor” deseado en su cultura. Hoy no deberíamos preocuparnos por no llamar la atención, por obligarnos a encajar en un molde, por nadar con la corriente sino por ser nosotros mismos con nuestras particularidades.
Así de simple – ser nosotros mismos – porque cuando eso sucede nos permitimos ser extraordinarios con nuestros aciertos y virtudes, con nuestros errores y defectos.
Las organizaciones que trabajan de “manera estratégica” en la gestión de la diversidad, la equidad y la inclusión cuentan con personal extraordinario que innova, se equivoca, aprende, evoluciona y conecta de mejor manera con los demás. La diversidad y la inclusión son palancas que humanizan a las organizaciones desde el nivel más profundo: las personas.
Escrito por: Alejandra Orellana, Socia Consultora.